Las siguientes semanas fueron de angustia. La ciudad es pequeña, y
mucha gente se enteró. Ernesto duro días sin salir de la casa. Los únicos conocidos
que tenía trabajaban en la misma empresa, así que nadie quería hablar con él.
Cabe mencionar que él era el único hispano en el área
administrativa de esta empresa. Y él era el principal sospechoso, ¡qué
casualidad!
Muchas cosas pasaron en su vida en esos días de incertidumbre, y
día a día, él dice que contrario a lo que todos quisiéramos oír, él empezó a
perder la fe. Su esposa y sus hijos lo notaron, y lo peor fue que parientes de
ellos también empezaron a dudar de él y a hacer comentarios negativos. Pero el
testimonio de Ernesto estaba limpio: no había dinero mal habido, ni cuenta
secreta, ni despilfarros.
Una mañana —
de nuevo un lunes—,
42 días después de la "junta trágica", él se sentó en un sofá y por
su mente le pasó hacer algo para acabar con tanta confusión. Empezó a acariciar
la idea de... pero el teléfono lo sacó de sus pensamientos.