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― ¿Será verdad?
― Pues yo creo que sí, jefe. A mi hermano con todo y familia lo dejaron pasar. La Migra nomas los miraba de lejos, como vigilándolos. Pero mi hermano dijo que no los pararon. En Sásabe (pueblo fronterizo) los levantó un camión refrigerado y toda la cosa. ¡Ja ja ja! Los trataron como si fueran turistas, ¡ja ja ja ja…!
Sinceramente... no sé si esto será totalmente verdad, pero estas personas vienen con la esperanza de un trabajo para ganar algo de dinero y sostener a sus familias.
En los Estados Unidos vemos una historia diferente. La mayoría de los que han cruzado terminan recluidos en albergues que más bien parecen campos de concentración y a veces separan a los hijos de sus familias.
En este momento estamos viviendo una crisis y todo porque alguien les dijo que “la migra” está dejando pasar a todos los inmigrantes indocumentados.
Con estas palabras mi entrevistado terminó nuestra conversación:
― También nos animamos a venirnos algunos porque andan diciendo que ya pronto viene la amnistía y que TODOS van a poder arreglar papeles pa’ trabajar.¡Qué bueno!, ¿verdad, jefe?
No supe que contestar. Pero... le dije la verdad: la mayoría de ellos solo vienen a sufrir y, a veces, hasta morir alejados de los seres que aman.
Sí, es verdad que ellos también tienen derecho a luchar y en muchas ocasiones esto significa arriesgar su vida cruzando a un futuro incierto; o morir de hambre en los pueblos de donde son originarios; o convertirse en sicarios desechables, soldados baratos de los narcotraficantes.
Tienen derecho a la vida; tienen derecho a luchar; tienen derecho a soñar, y para ellos -como para la mayoría de los valientes- el luchar por la vida significa enfrentarse todos los días a la muerte.
Le pedí de favor, que si me permitían orar por ellos. Y me contestaron que no, que no creían en Dios. Se me hizo raro, pues casi todos provenimos - incluyéndome a mí- de familias y pueblos muy religiosos. Pero sus rostros mostraban una mezcla de valentía y desencanto. Tal vez, pensé, están cansados.
Al final uno de los hombres levantó su mano y me pidió que orara por él. Lo hice, y después de eso los invité a todos a comer “tacos” en un pequeño establecimiento, a unos metros de la frontera.
Les di unos números de teléfono por si cruzaban y necesitaban algo no dudaran en llamarnos.
Cruzar la frontera sin fe en Dios, pensé. Eso es realmente una tragedia. Pero espero que su manera de pensar cambie y recapaciten. Que Dios levante también a otras personas que les tiendan la mano, cuando ellos crucen la frontera.
Por Hermes Alberto Carvajal