Edición: Hermes Alberto Carvajal
Una tarde llegué a casa empapado en sudor después de jugar una cascarita de fútbol de barrio, me senté a un lado de mi amá, que estaba viendo la novela “Rosa salvaje”, cuya protagonista era la actriz Verónica Castro. Yo estaba aún con mi respiración agitada y empinándome el galón del agua que poníamos a enfriar en el refrigerador (mamá siempre nos regañaba porque no usábamos un vaso para tomar agua, pero en esta ocasión ni se enteró).
Como siempre, la sorprendí llorando, bien clavada en las escenas, y dijo: “cómo me cae gorda esa vieja cuello estirado, tratando de justificar su llanto”. Le pregunté por qué y me dijo: “Es que es muy mala con la 'Rosa salvaje', nomás porque es pobre, y esa vieja mala es muy rica”. Comencé a poner atención a la novela y vi que estaban en una mansión muy bonita, que un hombre estaba cortando unos rosales en el jardín y otro lavando una camioneta.
Ahí fue cuando mi recuerdo voló de nuevo al lugar que me había señalado “El Pancho”. Recuerdo que esa noche no dormí, buscando la excusa perfecta para ir a conocer ese lugar.
Al día siguiente le pedí permiso a mi amá para ir a buscar trabajo en la “Villa Satélite”. Mi amá sonrió y me preguntó: ¿Y de qué vas a buscar, eh?
“Lavando carros y limpiando jardines”, le dije. “Bueno --me dijo mi amá--, nomás mucho cuidado, no andes haciendo travesuras”. Le contesté: “No iré solo. Me llevaré a mis hermanitos”. Entonces ella me recalcó: “¡Pues con más razón!”.
TENÍA EL EQUIPO Y EL PERSONAL BIEN ESTRUCTURADO
A mi hermanita de 8 años le decíamos “La Palma” porque siempre traía una colita en medio de la cabeza y con una liga de bolitas ni más ni menos que hasta con cocos. Ella se enojaba muchísimo porque le decíamos así, pero como se llama Alma, cuando nos reclamaba le decíamos: “¡Ah, perdón! es que me equivoqué. Te quise decir, Alma”.
Entonces le di instrucciones: “tú serás sirvienta, trabajarás solo adentro de las casas. En caso de que te nieguen algún oficio, aprovechas que te abrieron la puerta, pides ropa usada, zapatos y juguetes regalados”. Luego estaba Isaac, “El Isackoyo”, de 6 años. Ese apodo se lo pusieron los hijos de “La Yoya”. En la casa le decían “El negrito”, pero yo nunca le decía así. También en el barrio preferíamos el primer apodo. “Tú serás mi más fiel chalán (ayudante) en lava-carros y jardinería”.
Ezequiel, “El Cheke”, tenía 4 años. Su apodo viene por lo del nombre. El sería el gancho para los clientes, de piel blanca y finita, facciones muy bonitas, dientes perfectos. Muy parecido al cantante y actor Pedrito Fernández cuando era niño, pero con el pelo güerito como “Luismi”.
Le dije: “tú serás quien toque las puertas y ofrezca servicios como lava-carros o de jardinero”. Se me puso renuente, no quería aceptar la encomienda que por tantas horas había estado refinando para repartirla entre mi nuevo personal. “Mira --le dije--, solo tienes que poner tu carita feliz y sonreír. Si te dicen que no, solo debes cambiar tu carita feliz a triste, así como la del gato Garfield”. Le dije “a ver, haz una cara triste”, pero se negaba rotundamente a aceptar la encomienda. Entonces me hinqué frente a él y, mirándolo a los ojos, lo tomé de los hombros.
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LOS "TERAPIÉ" PSICOLÓGICAMENTE
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