Dame tu mano.
Miré tu rostro cabizbajo y me di cuenta que necesitas fuerza en tu camino. Después de todo, soy tu padre y no vivo en un lugar lejano donde jamás puedas acudir a mi cariño. Estoy aquí a un lado tuyo, donde siempre he estado, aunque a veces se te olvide un poquito.
Dame tu mano ahora, levántate. Quiero que caminemos un rato por las veredas de tus pensamientos y dime a que le tienes miedo. ¿ Porque ya no quieres vivir? ¿Por qué quieres tirar a la basura tu destino?
Es verdad, el mundo es cruel. Cuando eras niño, tus ojos se abrían curiosos esperando lo mejor de la vida. Tu sonrisa pura, la ofrecías en amistad a quien se decía amigo. Pero luego las mentiras y traiciones aniquilaron tu esperanza, apagaron tu risa y tu deseo de vivir se hizo pedazos. Se oscureció tu amor, dejaste de confiar y dejaste de creer en mí.
Pero, ahora créeme esto: te comprendo y te conozco tan bien como conozco el cielo; y como a cada estrella llamo por su nombre, así conozco cada carga en tu vida, cada herida, aun tu más pequeñito dolor lo entiendo bien. Hablamos el mismo lenguaje y sé muy bien lo que te dará consuelo.
Dame tu mano, y mientras caminamos quiero hablarte de un lugar donde eres muy amado. Donde vistes ropas reales, donde tu nombre es conocido, apreciado y admirado. Desde donde una mirada se posa sobre ti a cada minuto de tu vida, sea de noche, sea de día.
Ese lugar es… sí, aquí. Mira en lo más profundo de mi corazón. El lugar donde eres protegido, donde con todo tu derecho de hijo puedes venir a platicar conmigo todos los días; aunque te sientas indigno. No te dejes engañar por las mentiras, con mi sangre rescaté tu vida y una vez más te lo repito: de aquí nadie te podrá sacar. Aunque se sacuda el universo entero, nada te podrá arrancar, nadie te podrá apartar. En mi corazón tú serás siempre el mismo, mi pequeñito, mi amado hijo.
¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada? Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó.
Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro. Romanos 8:35-39
Dame tu mano, hay otras cosas de las que te voy a hablar…no temas, estoy aquí a tu lado, siempre contigo…
Escrito por Hermes Alberto Carvajal
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