Continuación:
8. Sonríe
Los científicos han demostrado que cuando sonreímos mejora nuestro humor, por lo tanto mientras más sonreímos más felices somos. ¿Por qué? Porque nuestra sonrisa se refleja en otras personas, y ellos a su vez nos regresa una sonrisa. Si les hacemos una mala cara, nos devuelven su mala cara. Pero si la gente te regresa sonrisa tras sonrisa, eso te hará sentir mejor.
Sonreír es nuestra tarjeta de presentación, la primera impresión que damos; de ahí mucha gente nos juzgará para toda la vida. Todavía recuerdo el comentario honesto que me hizo una desconocida afuera de una clínica médica. Me sentía mal y fui a solicitar un examen rápido. Caminaba despacio, con la cabeza baja, porque estaba falto de energía. No sonreía, no tenía ganas. La desconocida me dijo: “Nada de vida, nada de alegría, nada de emoción”. Esas fueron sus palabras. A veces pienso si no sería un ángel celestial enviado por Dios para que me mirara en el espejo divino. Le di una mala cara, (es más, ni siquiera la estaba mirando a ella) y ella me dio una mala cara, un mal comentario, y más de 20 personas la escucharon.
Cuando no sonreímos, damos la imagen equivocada. Para muchos es fácil sonreír; para otros es difícil, de acuerdo a su personalidad, a lo que han aprendido o heredado de sus padres, o por las cosas que han vivido. Las heridas permanentes no los dejan sonreír, no los dejan soñar, no los dejan vivir plenamente; y aunque muchas veces han puesto su confianza en Dios, aun así prefieren rodearse de personas negativas que les recuerdan el dolor y nunca les hablan de la alegría y la victoria que pueden tener en Cristo Jesús.
Si creemos en Él, debemos dejar las caras de tristeza y empezar --aunque sea poco a poco-- a sonreír. El Apóstol Pablo dice: “Y ya no vivo yo, más vive Cristo en mí”. ¿No es esa una razón para estar felices y sonreír?
9. Olvida. (En serio, olvida)
Hace algunos años pertenecí a un grupo de jóvenes cuyo lema era este versículo: “De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas…” (2 Corintios 5:17)
Pero el problema era (y esto es lo que sucede cuando ponemos énfasis en la religión y no en una verdadera relación con Dios) que en realidad, no vivíamos esas palabras: “Estar en Cristo”. Supuestamente éramos nuevas criaturas. Las cosas viejas habían pasado. ¿En serio? ¿Y por qué cada domingo se nos hablaba siempre de aquello malo que habíamos hecho tiempo atrás? ¿Y por qué nos echábamos en cara nuestro pasado apenas teníamos oportunidad? ¿Y por qué nos la pasábamos tristes y deprimidos por los recuerdos del ayer? ¿Que no éramos nuevos y las cosas viejas habían pasado?
Muchas personas que aún no despiertan a su capacidad en Cristo para vivir una vida limpia y plena en el presente, necesitan del pasado como pretexto para seguir viviendo en la tristeza y la depresión. Cuando llegan a una iglesia y encuentran a Cristo, ahí sí hay un cambio en sus vidas. Pero solo desde afuera.
Cambian su manera de vestir, su manera de hablar. Ahora tienen una razón para vivir, así es, antes no tenían nada que hacer y ahora tienen adonde ir los domingos: a la iglesia. Pero en realidad siguen atormentados por los recuerdos del pasado.
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