En todo momento, sin importar dónde estemos o quiénes seamos, los seres humanos hemos enfrentado el sufrimiento en menor o mayor escala. El sufrimiento puede ser de tipo material, físico, mental, emocional o espiritual y la mayoría de las veces al afectarnos, también afecta a nuestro entorno y nuestros seres queridos. Muchas personas también viven con miedo a la muerte y al sufrimiento que esta pueda ocasionar, pero la muerte es un hecho del cual ninguno está exento.
Los que creemos en Cristo, vivimos en la esperanza única que nos alienta frente al sufrimiento y la muerte y esa esperanza y esa convicción infinita se encuentra en Jesucristo.
Nuestro amado Jesús vino a este mundo a sufrir y al igual que nosotros tuvo problemas y miedos. Pudo ver de cerca el sufrimiento de los más desvalidos y enfrentó un dolor y un sufrimiento inconmensurable, para finalmente experimentar una cruel muerte en la cruz, muerte que aceptó por salvarnos a todos nosotros.
Así es, por su gran amor y por mucho más, Jesús es la esperanza que tenemos ante todo sufrimiento y ante la muerte, ya que la muerte no fue el final para nuestro Señor Jesús, quien sabemos resucitó de entre los muertos y quienes creemos en la resurrección del Señor, tenemos el privilegio de disfrutar una relación única con Él.
Gracias a esta verdad insondable, infinita y gloriosa, debemos reflexionar como imitar a Jesús para poder enfrentar el sufrimiento, los problemas y la muerte. Y, es a través de su vida, una historia real y humana, que los cristianos nos aferramos a la mayor y más bella esperanza en estos tiempos turbulentos llenos de incertidumbre.
¿Por qué hay sufrimiento y muerte?
El sufrimiento y la muerte entraron en nuestro mundo a través de las mentiras y el engaño del enemigo de Dios, Satanás. Astutamente engañó a Eva para que desobedeciera a Dios tentándola, a dudar de la bondad de Dios y haciéndola desear ser como Dios. Ella tomó un bocado de la fruta del árbol prohibido en el Jardín del Edén y luego consiguió que Adán la imitara.
Al creer y escuchar las mentiras del enemigo, los primeros humanos trajeron caos y destrucción, y dieron inicio el camino para que el sufrimiento y la muerte entraran al mundo como Dios había dicho que lo haría si desobedecían.
“pero del árbol del conocimiento del bien y del mal no deberás comer. El día que de él comas, ciertamente morirás” Génesis 2:17.
¿Existe un propósito último para el sufrimiento y la muerte?
“Por medio de él todas las cosas fueron creadas; sin él, nada de lo creado llegó a existir” Juan 1:3.
Al principio, antes de la creación del mundo, Jesús estaba con Dios Padre y ellos estaban en perfecta unidad con el Espíritu Santo. Por medio de Él fueron hechas todas Vio al pecado entrar en nuestro mundo en el Jardín del Edén, pero fue un hecho que no le sorprendió ya que tenía un plan de redención desde el principio.
“Pondré enemistad entre tú y la mujer, y entre tu simiente y la de ella; su simiente te aplastará la cabeza, pero tú le morderás el talón” Génesis 3:15.
Esas fueron las palabras de Dios al maligno que había engañado a Eva esto ya apuntaba hacia el momento en que Jesús, el Hijo de Dios nacido de María, derrotaría al enemigo de una vez por todas en la cruz.
¿Por qué Jesús tuvo que sufrir y morir?
Muchos nos hemos preguntado por qué Jesús tuvo que morir tan cruelmente y por qué nadie, al menos, intentó bajarlo de la cruz. Pero, el plan de Dios era que la sangre de su hijo, así como su sacrificio sería lo que expiara los pecados del mundo, un mundo quebrantado lleno de horrores. Jesús pagó el alto precio por nuestros pecados porque Él y solo Él fue, en este mundo, perfecto, inocente y sin pecado.
A lo largo del Antiguo Testamento, Israel tuvo que sacrificar algo perfecto, como un cordero sin defecto, para expiar su pecado, ya que eran imperfectos. Esta fue una oferta continua hecha año tras año. Esto presagió a Jesús como el cordero del mundo, el sacrificio perfecto ofrecido una vez por todos los pecados de los hijos de Dios. Fue a la cruz sin resistirse y de buena gana porque Jesús es amor, es misericordioso y es paz. Su muerte nos reconcilió y nos unió a una nueva relación con Dios que previamente había sido rota por nuestros propios pecados.