Esta pregunta la recibimos todos los días. ¿Quieres la respuesta?
Para nosotros es fácil decir: Sí, ¡perdónalo! Dios quiere que lo perdones. La Biblia habla de perdonar, y perdonar y perdonar. Le puedes preguntar a muchas personas y todas te darán una respuesta, pero muy pocas se pondrán en tu lugar y trataran de entender tu situación.
Tal vez una de las traiciones que más duele es la infidelidad. Y más cuando hay un verdadero amor en la persona ofendida hacia el ofensor. Tú amas a tu marido, te entregaste a él en cuerpo y alma; le diste lo mejor de ti, la parte más íntima de tu ser, y él te correspondió a ti para luego enterarte -al pasar el tiempo- que él (o ella, si eres un marido y tu esposa te fue infiel), entregó esa parte tan valiosa, tan íntima a otra persona. Y a veces no es nada más eso: también dejaron al cónyuge abandonado, aparentemente sin amor y sin futuro.
Yo me pongo en tu lugar. Sí, es difícil perdonar. Mucha gente opina, mucha gente dice, mucha gente hasta te van a querer forzar a tomar decisiones intempestivas (Ojo: cuidado con esos amiguitos que se acaban de enterar de tu situación y que andan muy acomedidos tratando de apoyarte en “todo”, pero en “toditito” de lo que se te ofrezca, y algunos enfatizan el “en todo, ¿ok?”. ¡Cuidado con ellos!).
Todos tendremos una opinión, pero en realidad nadie conoce tu dolor. Nadie sabe lo que estás pasando, nadie entiende el golpe tan fuerte que acabas de recibir. ¿Y ahora, que les dices a los niños, a tu familia, a tus amigos?
Pero si vas a perdonar o no, o como vayas a actuar en esta situación, depende de esto. ¿Cómo quieres que se desarrolle tu vida futura y la de tus hijos, si los tienes? ¿A dónde quieres llegar? ¿Quieres que está herida -mortal por cierto- sane? O, ¿Quieres que sea el golpe que acabe con tus hijos, con su futuro, con tu futuro y contigo misma? O, ¿Será esta una herida para toda la vida, o será una herida que Dios podrá sanar si tú se lo permites?
¡Claro que Dios puede sanar tus heridas! Claro, pero depende a veces precisamente, de si le daremos a Él la oportunidad de hacerlo.
Mira, las telenovelas -al igual que muchas películas- nos pintan una vida irreal en las parejas. Elevan el amor romántico y físico más allá de lo que en realidad es; y elevan las heridas sentimentales a un nivel donde nada ni nadie puede hacer nada para ser sano y libre.
Ahí vemos a la chica de la telenovela: 30 años después y aún está llena de odio y rencor, por la herida que le causó “Carlos Augusto”, a quien ella jamás podrá olvidar, pero tampoco perdonar.
Si Dios nos manda que perdonemos es porque es posible perdonar. Ahora bien, si es posible perdonar: es posible olvidar. Y olvidar no quiere decir “que se te borre de la memoria”, ¡oye, si no eres una computadora! Tú tienes sentimientos. Eso sí, de que te vas a acordar de la herida: te vas a acordar. Pero en ti está la decisión de permitirle a Dios, que esa herida cicatrice, y ya no te duela jamás. Y si decides seguir viviendo al lado del ofensor, lo hagas con la cabeza en alto y no con una actitud lastimosa de victima, fácilmente manipulable.
Tampoco será justo que tú uses la infidelidad de tu cónyuge para manipularlo a él o a ella: ¡Eso no se vale! La telenovela nos dice: “No perdones. Eres una víctima, te hirieron y ahora tienes que llorar; y llorar, y llorar… y “meterte” con el primero que te salga al paso y te sonría. Además: odiar, odiar, odiar a quien te ofendió.
Si tienes hijos y manifiestas odio: tarde o temprano tus hijos serán contagiados. Sobre todo si son pequeños, les vas a crear un futuro incierto y lleno de inseguridad. SÍ, ya se: tú no tienes la culpa, pero una madre (o un padre) como tú no va a permitir que tus pequeños sufran y quede en ellos una huella que les impida llevar una vida sana, feliz y productiva. ¿Y todo por ser rehén emocional de un necio (o necia), que no te supo valorar? ¡No… tú no lo permitirás… ¡ Tus hijos verán en ti el ejemplo de una o un verdadero valiente.
Pero… doy por hecho que tú eres una persona que conoce a Dios, y que sabe que Dios es real y poderoso. Si tú eres esta persona, por favor, ¡créemelo! , me pongo en tu lugar, pero piensa en tu futuro en este mundo y en la eternidad: ¡Debes perdonar! Ahora, piensa en el futuro de tus hijos: ¡debes perdonar! Ahora piensa como te verán los demás en el futuro: ¿Cómo una mujer fuerte que no permitió que este golpe arruinara su vida? ¿O como una víctima más de la insensatez de los maridos infieles? (o de las esposas infieles).
Por cierto, ¿el suicidio?¡Ni lo pienses! Tú eres una creación del Todopoderoso: hija o hijo del Altísimo Dios. Tú llevas en ti el soplo divino de la vida de Dios. Tú puedes volar más alto y levantarte con poder sobre esta circunstancia. No permitas que tu enemigo espiritual grabe en tu mente la imagen de “la abandonada”, “la despreciada” (o “el hombre inútil y abandonado”)… ¡De ninguna manera!
GRITALO: ¡TODO LO PUEDO EN CRISTO QUE ME FORTALECE, SOY MAS QUE VENCEDOR!
Aunque no es fácil, tómate un tiempo para llorar, para sacar ese dolor, y permite que Dios sane tu alma, PERO al mismo tiempo, decide perdonar. Y si antes fuiste catalogada como una persona sin carácter: decide hoy tomar del carácter de tu Divino Padre Celestial, y no mires a tu marido ofensor como la persona que tiene el control de tus sentimientos, y con su soplo hace que se dispersen tus sueños.
¡No! Tu corazón es de carne, pero firme y fuerte como un diamante. Tu corazón es bello y tierno, pero nadie lo podrá quebrantar en esta tierra. Dios te mira con agrado si decides perdonar y pensar así: Dios bendecirá tu vida, Dios proveerá tanto en salud, en finanzas, en amor, y además TUS HIJOS, o tus futuros hijos TE LO AGRADECERAN.
Amiga, (amigo), corazón de diamante, hija, hijo del Altísimo, ¡gracias por haber decidido perdonar! Ya no tienes que cargar con el odio porque esa carga corrompe el alma.
Toma el escudo de la fe, y habla en voz alta cada día, creyéndolo de corazón: Todo lo puedo en Cristo que me fortalece, y ya no vivo yo, (ya no lloro yo, ya no odio yo, ya no estoy triste yo), mas ¡CRISTO VIVE EN MI!, y lo que ahora vivo y enfrento lo haré en El poder eterno del Hijo de Dios quien murió y resucito por mí.
Corazón de diamante, gracias por decidir perdonar. Acabas de derrotar a mil ejércitos que se habían levantado contra ti…
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