Por eso, conscientes de que Dios nos ha confiado, en su misericordia, este servicio, lejos de darnos por vencidos, 2 renunciamos a actuar de forma oculta y avergonzada, así como a proceder con astucia o a falsear el mensaje de Dios. Por el contrario, frente al juicio que puedan hacer de nosotros los demás en la presencia de Dios, proclamamos abiertamente la verdad (2 Corintios 4:1-2)
El ser humano no necesita llenarse de cosas para crecer espiritualmente, basta con modificar algunos aspectos de su conducta para transcender más allá de lo material.
Vivir de las apariencias nos lleva a recurrir a la mentira con el fin de agradar a los demás. Sin embargo, ser honestos nos convierte en personas peligrosas e intolerantes, pero no debemos dejar que esto nos quité el deseo de agradar a Dios y de decir la verdad, ante todo, pues a su debido tiempo todo será descubierto.
Hoy en día las personas acomodan todo a su favor para beneficiarse sea bueno o malo, con tal de obtener poder, ganancias y bienestar todo es permitido, pero ¿será que todo conviene? “Porque todo el que hace lo malo odia la luz, y no viene a la luz para que sus acciones no sean expuestas” (Juan 3:20).
La falsedad nos aparta de Dios
La persona falsa aborrece a Dios y por ello se mantiene apartada de él, más quien de corazón le ama lo busca, respeta sus mandamientos y no tiene temor de lo que sus acciones le puedan acarrear.
Así es, los obedientes alcanzan sabiduría más los faltos de entendimiento son víctimas de su propia prudencia.
“Y dijo al hombre: He aquí, el temor del Señor es sabiduría, y apartarse del mal, inteligencia” (Job 28:28)
¡La verdad, ante todo y por encima de cualquier cosa! Mentir y engañar para lograr nuestros objetivos no está bien. En cambio, una actitud humilde demuestra responsabilidad y compromiso.
Depositemos nuestra confianza en Él
La vida con Dios es extraordinaria, aunque vivamos aflicciones no hay mal que nos aqueje, pues nuestra confianza está en el que ha de venir a juzgar. “Y si yo juzgo, mi juicio es verdadero; porque no soy yo solo, sino yo y el Padre que me envió” (S. Juan 8:16).
Aunque en el versículo 15 del libro de S. Juan capítulo 8 diga que Dios no juzga a nadie:“Dios no es hombre, para que mienta, Ni hijo de hombre para que se arrepienta. Él dijo, ¿y no hará? Habló, ¿y no lo ejecutará? (Números 23:19. Así como somos señalados por nuestros errores así mismo seremos condenados por nuestras rebeliones.
La desobediencia nos conduce a la condena
Desobedecer las leyes produce ofensas que posteriormente nos conducirán a una condena. Temer a Jehová es respetarle, decidir amar, ayudar, proteger y bendecir nos libra llenarnos de culpas que solo nos generan estrés, ansiedad y angustias que alteran nuestras emociones, convirtiéndonos en seres amargados con odios, envidias, celos y rencores.
Nuestra mala actitud nos hace disfrazar nuestra bondad, sin embargo, la verdad rara vez permanece oculta. Todo debajo del sol tiene un principio y un fin, también la vida de los hombres y aún más rápido la de los mentirosos.
En Conclusión
Jesús vino para darnos libertad y borrar nuestros pecados y aunque haciendo el bien fue engañado, por la verdad fue él crucificado.
El madero no es para los que desconocen la Palabra, sino para aquellos que aun habiendo escuchado decidieron mantener sus oídos cerrados. Pero tú, ábrele el corazón a Jesús y pídele que te cuide de oprobios, para que a la hora de ayudar lo hagas con la verdad, ante todo.