Edición: Hermes Alberto Carvajal
Seguimos adelante buscando clientes; lavamos otros carros durante el día, pero casi en una de las últimas residencias vuelven a contratar solo a mi hermanita, que era la más solicitada. “El Cheke” fue a tocar la puerta en la residencia de enfrente, pero no contestó nadie. Nos sentamos en el jardín a esperar a nuestra hermanita. Les dije: “esta será la última del día”.
Mientras ella trabajaba, decidimos continuar la “lucha libre” que había quedado interrumpida temprano. Andábamos tan exaltados que no nos dimos cuenta que habíamos destrozado gran parte del jardín, hasta que llegó un carro color gris de lujo y se paró frente a nosotros. Hasta ese momento, no nos habíamos percatado del daño que habíamos hecho. Volteé a ver el jardín, plantitas quebradas, flores aplastadas, pedazos de pasto volteados, miré a mis hermanitos que también se habían quedado como congelados al igual que yo, al vernos sorprendidos en plena faena luchística. Les dije despacito: “ahora sí nos van a castigar, llegó la rica mala”.
Ella bajó el vidrio polarizado automáticamente del lado del chofer. Era una señora muy joven y elegante; venían también sus hijos, y con una sonrisa nos preguntó: “¿Son felices?”. Ante eso le dije: “andamos buscando trabajo y tocamos su puerta, como nadie salió pensamos que no vivía nadie”. Volvió a sonreír y me preguntó por segunda vez: “pero… ¿son felices?”.
Volteé a ver a mis hermanitos, se me quedaban mirando también como fuera de sí por la pregunta. “Siii, siii, somos felices, somos pobres pero muuuy felices”, le dije (era una frase que había escuchado en la tele).
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