¡Estoy en el Infierno!
Créanme, esto es verdad:
iba saliendo de las oficinas, yo sola, mi marido tuvo que atender una llamada y me baje por las escaleras equivocadas, y fui
a dar no sé a dónde. Voy caminando –perdida- por un pasillo, cuando de repente
me encuentro rodeada de chicas desnudas y semidesnudas.
―¡Santo Dios!, grité
¡Estoy en el Infierno!
Las chicas soltaron la
carcajada…
― No
Señora, estamos practicando para una pasarela, este sábado, la invitamos…
― Dios mío,
¿Pero cómo así? ¿Desnudas y con zapatos?
― Estamos
practicando, señora, no se preocupe….claro que saldremos vestidas…en este momento,
nos estamos cambiando de prendas…nos halló usted en el momento equivocado…
Salí de allí
reprendiendo a Satanás en el nombre de Jesús. Cuando llegue a la casa le llamé
a mi marido.
― ¡Jonás! ¡Que en
vez de meterte en la panza de la ballena, te has metido en la misma Sodoma y
Gomorra! ¡Eso es una porquería Jonás!
El habló conmigo y
bromeó un poco. Cuando regresó a la casa esa tarde, hablamos más.
― Necesitas
salir un poco más de esa iglesia a la que vas, amorcito. Existe el mundo
exterior, y afuera de la iglesia las cosas son diferentes― me dijo.
― Si,
como no, ― conteste enojada.
―Vaya
trabajito que encontraste, rodeado de homosexuales y prostitutas desnudas…
El soltó la carcajada, como sólo él sabe hacerlo.
― Bueno,
amorcito, te tocó mala suerte; te metiste en el lugar equivocado, y te dio la
impresión equivocada, las mujeres no andan desnudas…
― Pero
¿y los homosexuales? ¿Qué me dices de
eso? Esa oficina está llena de chicos homosexuales. Es más, casi todos los que
vi ahí tienen esa facha. Tal vez tú eres el único que no tenga esa enfermedad
del demonio…
― Mira,
amorcito, no seas exagerada… Para empezar, esa no es “una enfermedad del
demonio”, y además, no juzgues a nadie por cómo se viste, cómo se peina, en
fin…no juzgues a nadie. Confía en la gente, confía en mí…