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Pasaron dos años...
"Iremos al hospital. Tu madre y yo tenemos a alguien que donará las orejas que necesitas. Pero es un secreto", le dijo el padre al niño.
La operación fue éxito, y una nueva persona emergió. Sus talentos florecieron, y, tanto la escuela como la universidad se convirtieron en una serie de triunfos. Luego pasó el tiempo y el niño se hizo hombre, se casó y entró en el servicio diplomático.
"¡Pero tengo que saberlo!", le insistió a su padre. "Necesito saber, ¿quién hizo tanto por mí? Yo nunca podría pagarle ese sacrificio tan grande. No creo que pudiera", le dijo al padre. Sin embargo, el padre no podía decirle quién le había donado las orejas que le habían cambiado la vida, pues precisamente ese era el acuerdo: Él no debía saberlo… todavía no...
Durante muchos años lograron mantener el secreto, pero un día... uno de los días más oscuros que un hijo debe soportar, se puso de pie con su padre junto al ataúd de su madre. Poco a poco, con ternura, el padre extendió una mano y levantó el grueso pelo marrón rojizo de su madre para revelar aquel secreto tan bien guardado; la madre no tenía oídos externos.
"Mi madre dijo que se alegraba de nunca cortarse el cabello", susurró suavemente. "Nunca nadie pensó que mi madre era menos hermosa, ¿verdad?" La verdadera belleza no reside en el aspecto físico, sino en el corazón. El verdadero tesoro no está en lo que puedes ver, sino en lo que no está a tu vista. El amor verdadero no radica en lo que se hace y lo que ya conoces, sino en lo que alguien hace por ti, sin decírtelo.
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